La piel del otro: The Last of Us Parte II

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The Last of Us se ha convertido en una de las obras cumbre del videojuego. Entendiendo ambas partes como un único viaje indivisible y una experiencia que alcanza todo su significado al completarse, la obra de Naughty Dog es tan brillante, rotunda y profunda que me parece simplemente incuestionable. Y sé lo sospechoso que es opinar en valores absolutos, pero siento que lo que he vivido jugándolo no se merece medias tintas.

Cuando pienso en el concepto habitual de las secuelas, son en su mayoría complementarias. The Last of Us Parte II está tan anclado en los sucesos del primer juego, tiene tan presentes sus mecánicas jugables, la historia y la personalidad de los protagonistas, que desde el principio se siente como una auténtica continuación. De pronto dan igual los años que hayan pasado, estás allí de nuevo, has crecido y con ello tus miedos, tus dudas y tus certezas. Las teorías y reflexiones sobre los acontecimientos del viaje de Joel y Ellie se han desarrollado igual en sus cabezas que en la tuya, pero en tu caso han fermentado y te has convertido en un hongo viviente. Sintiendo por fin que estarás al mando de las respuestas, haces ruiditos y te retuerces. Pero aquí es el virus el que te lleva sin que puedas hacer nada para remediarlo.

Esta historia y el poso que deja, solo podía construirse en este medio. Por un lado, lo jugable nos lleva a incrementar exponencialmente cada sensación, porque no funciona igual narrarle a alguien que un personaje aplasta a palos el cráneo de un enemigo, que vernos en la situación de tener que hacerlo. Por otro lado, alcanzar la cima técnica de forma tan radical permite que el entorno nos abrume casi constantemente, nos aterre y nos emocione a través de sutilezas, por los detalles dentro de lo gigante, vivo y real que parece cada rincón que cruzamos. Será complicado idear otro videojuego en el que el argumento pueda ir tan de la mano con la propia experiencia de jugar, sin sentir saltos, viviéndolo como un todo casi indivisible.
No hay decisiones nimias en el diseño de The Last of Us Parte II, todo está estudiado delicadamente para empujarte a una constante montaña rusa de emociones, para apretar los resortes adecuados en tus entrañas antes de la gran reflexión final, esa que necesitas sacarte del pecho dos semanas después de acabar el videojuego escribiendo un artículo en un blog que conservas por pura nostalgia y en el que pensabas que no volverías a escribir nunca.

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Spoilers a partir de aquí.

“El último de nosotros”. Siendo “nosotros” la humanidad y Ellie su posible salvadora, parece claro que el título se refiere a ella. Si se convierte en nuestra abanderada desde el propio título, voy a asumir que nos representa.

Como cada uno de nosotros, Ellie se hace una composición de lugar sobre quién es en base a lo que le rodea. Al crecer encuentra sus motivaciones en los pocos que tiene más cerca y ese círculo de confianza se vuelve el refugio que nunca ha tenido, su normalidad. Cuanto más pequeño se hace su mundo, más lo son a su vez sus respuestas y menos ambiciosas sus expectativas. Sus sueños de viajes espaciales tienen ese sabor agridulce de aquello que, pese a ser imposible, sigue emocionándonos. El único protector de esa fantasía, la persona de ese círculo cercano que ha luchado por mantener viva (en el más amplio sentido de la palabra) su esencia, es a la vez el que recibe el castigo más duro, primero de la propia Ellie y después, y de manera bastante más gráfica, cuando una desconocida furiosa esparce sus sesos por el suelo ante sus ojos, rompiendo para siempre todo, o casi todo, lo bueno de su vida.

Ellie será siempre inocente, pase lo que pase. Se presentó como una niña desamparada, un tesoro que había que cuidar. Alguien que por mucho que nos esforcemos, acaba defendiéndose sola de gente que no la conoce como nosotros. Sabemos que hay nobleza en sus intenciones y se lo consentimos todo. Su camino es cada vez más complejo y las reglas se vuelven más primarias: lealtad, honor, venganza. Es difícil que en su situación lo hiciésemos de manera diferente. Así que, cuando empieza su carrera hacia la pura violencia sin control, nos convertimos en sus soldados. Ellie es una bandera que hay que defender como sea. Arrancaremos el corazón de todo aquel que se nos ponga por delante y curaremos sus heridas. Si siempre nos hemos puesto en su piel, ahora todavía más. Y las dudas están ahí, pero se minimizan porque, al final, es ella la que nos maneja a nosotros.

Y entonces llega ella. Abby es la representación canónica del enemigo. La persona que mata a sangre fría sin pensar en aquello que motivó a sus rivales a ir en su contra. Joel le destrozó la vida y se la devolvió. En el momento del “flip”, cuando el juego se desdobla del todo y te invita a vivir su lado de la historia, nos sentimos furiosos y molestos.
Lo jugué con mi amigo Xavi y no pocas veces comentamos que nos daba igual como nos lo “vendiesen”, que siempre íbamos a odiarla y que tratar de convencernos de que su historia merecía tenerse en cuenta sería poco menos que imposible. Pensé que estábamos ante un stunt fallido, ante un discurso moral insustancial o al menos demasiado obvio para que calase. Y bueno, ya os imagináis que creo que me pasé de listo.

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El punto del juego, el retrato de esta otra cara de la misma moneda, termina funcionando. Y lo hace porque es igual de justo y equidistante, pese a que sabe que no será igual de profundo. Abby se enfrenta de una manera mucho más solitaria a un problema parecido. Su retrato se compone con otros códigos, de forma menos sutil, porque el jugador ya debería haber madurado en ciertas reflexiones previas, porque encaja con su personalidad y además hay que apretar para que no nos olvidemos de lo mucho que nos sigue importando la otra parte. Es un ejercicio narrativo de tremendo riesgo, de puro equilibrismo. La vida ha golpeado de una forma cruel a ambas y llegado cierto momento, no sabría decir exactamente cuando, en tu cabeza dejas de hacerlas competir, de sumarles y restarles puntos. Nos acercamos a la revelación de la verdadera dicotomía y ante la futilidad de elegir un bando, porque nadie tiene razón y todos tienen la misma, la única victoria real se convierte en el empate.

A todo esto, cuando te paras a pensar, el antídoto al virus ha dejado de ser importante. Porque esto va de otro tipo de salvación, la de una pandemia real mucho peor que afecta solo a los demás porque YO soy inmune, YO tengo razón, me posiciono y sobrevivo a toda costa, YO soy el protagonista y tú eres menos importante. Y al final llega la moraleja, te golpea fuerte y en la diana. Ni sintiéndote en posesión de la verdad absoluta puedes permitirte aplastar al que ha fallado. Ellie termina sacrificándose por los demás al final. Lo hace empapada en agua, sangre y salitre en vez de en una mesa de operaciones.

Como dejando marchar a Abby con Lev, nosotros también somos la cura. Cuando no nos dejamos llevar por la intolerancia y el odio y damos un paso al lado, cuando damos el beneficio de la duda o buscamos la manera de positivar una situación de mierda. Cuando nuestros absolutos dejan de serlo tanto. Cuando dejamos de convertir cualquier cosa en una competición y encontramos nuestro propio espacio. Cuando de verdad hacemos el ejercicio de ponernos en la piel del otro. No hay otra vía para que nuestra especie sobreviva que mirar al de al lado y trabajar por entenderle. Eso es la justicia, y el castigo por no cumplirla es su parte más impura e imperfecta. La justicia es, al final, el máximo ejercicio de compasión y de respeto por los demás. El mensaje final de The Last of Us.

Estoy a favor de la verdad, la diga quien la diga. Estoy a favor de la justicia, a favor o en contra de quien sea.
— Malcolm X

Las imágenes del artículo están hechas ingame con el modo foto por Voldsby. Echad un ojo a su tumblr.
 
Pedro Ample1 Comment